domingo, 6 de marzo de 2011

22

Miedo. Tanto miedo que hasta el viento parece susurrarme que todo irá mal. Pesadillas cada noche, romper en llanto, pensar en que cada segundo que pasa es un puñal que me corta las muñecas. Siento tanto que nada puede calmar este grito de rabia interno. Tenía tantos objetivos para hoy que no fui capaz de cumplir ninguno. Tenía tantos sueños que acabé por no dormir. No quiero nada que no merezca, ni nada que me duela, simplemente que desaparezca esta sensación de presión en el pecho y esta maldita ansiedad que me condena a encender mi mechero y terminar hasta por encenderme yo. Días que siempre son los mismos, que en nada cambian. Puras anécdotas que se repiten día a día. La misma ciudad, el mismo cielo encapotado, el mismo vacío llenándome, los mismos labios que el frío y mis heridas marchitaron. Quiero salir corriendo. Irme lejos y pensar que estás a mi lado, aún teniendo la certeza de que nada es espiritual, de que simplemente tu presencia se limita a un cuerpo que no está, a unos ojos que no miran y a unas manos que si me acariciasen me destrozaría. Sólo tiempo. Sólo heridas. Sólo yo, cubriéndome con el frío que la noche desprende, bañada en excesos, en luces artificiales que nos hacen sentir protegidos, pero sin ninguna estrella que nos guíe. Necesito un camino, poder tener el control de esta estúpida situación. No puedo y lo siento. No puedo y espero no despertar mañana. Dulces sueños.

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